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Más riesgo de infección y de muerte por COVID-19 en personas con trastorno por consumo de sustancias, aun estando vacunadas
MADRID, ESP. Las personas con un trastorno por consumo de sustancias presentan un riesgo más elevado de infectarse y de fallecer a causa de la COVID-19 que la población general, incluso habiendo recibido la pauta vacunal completa. Así lo ha demostrado una línea de investigación liderada por la psiquiatra mexicana Dra. Nora Volkow, directora del National Institute on Drug Abuse en Estados Unidos.
La Dra. Volkow, pionera en el uso de imágenes para investigar de qué modo afectan las drogas a las funciones cerebrales y “una de las 100 personas más influyentes del mundo” según la revista Time, fue la encargada de impartir la Conferencia Inaugural del XXXI Congreso de la Sociedad Española de Farmacología Clínica (SEFC), Drogas y acciones durante la pandemia, en la que analizó los efectos de la actual crisis sanitaria sobre los hábitos de consumo de drogas y los desafíos sociales generados a raíz del confinamiento de la población, y también compartió y comentó los resultados de las investigaciones que se están llevando a cabo en el centro que dirige “con el objetivo —apuntó— de analizar qué hemos aprendido y cuáles han sido las consecuencias de la COVID-19 con respecto al trastorno por abuso de sustancia”.
Según comentó la especialista, se sabe que los efectos de las sustancias de abuso van mucho más allá de los que producen en el cerebro, afectando también a otros órganos: “En particular, el corazón, los pulmones y el sistema inmunológico presentan importantes efectos negativos reconocidos debido al consumo de drogas como el tabaco, el alcohol, la cocaína o la metaanfetamina. Por eso, desde el principio de la pandemia nos produjo preocupación conocer cuáles iban a ser las consecuencias de la infección por SARS-CoV-2 en los consumidores de estas sustancias, sobre todo teniendo en cuenta la importante afectación de esta enfermedad a nivel del sistema respiratorio y vascular”.
“Predisposición” orgánica y vulnerabilidad étnica
Con la intención de conocer con más profundidad el vínculo entre padecer un trastorno de abuso de drogas y un peor pronóstico de la COVID-19, la Dra. Volkow y su equipo pusieron en marcha varios estudios. Uno de ellos se basó en el análisis de registros médicos electrónicos de los Estados Unidos con el objetivo de determinar el riesgo de contagiarse y los resultados de padecer la COVID-19 en pacientes con este tipo de trastorno en función del tipo de droga consumida (alcohol, opioides, marihuana, cocaína).[1]
“Los resultados mostraron que independientemente del tipo de droga, todos los consumidores de estas sustancias tenían un mayor riesgo de infectarse y también presentaban un nivel más alto de mortalidad por COVID-19 en comparación con el resto de la población. Este dato nos sorprendió, ya que no había evidencias de que las drogas en sí mismas hicieran al virus más ‘infectante’, pero sí nos indicó claramente que el consumo de estas sustancias se asociaba a conductas que ponían a estos individuos en un mayor riesgo de contagiarse”, explicó la Dra. Volkow.
Asimismo —continuó la experta—, la inflamación de los pulmones producida por el consumo de tabaco o cannabis, por ejemplo, parece que puede hacer más accesible la infección a estos órganos, lo que tiene consecuencias sobre todo desde el punto de vista de la mortalidad”.
Otra de las conclusiones arrojadas por este estudio es que esta mayor afectación de la enfermedad en este grupo tiene un componente étnico. “Vimos desde el primer momento que las personas de raza negra presentaban mucho más riesgo no solo de infectarse sino también de fallecer que los de raza blanca. Nuestros datos dejan por tanto en evidencia, por un lado, la mayor vulnerabilidad frente a la COVID-19 de los individuos que consumen drogas y, por otro, reflejan que dentro de este grupo, la vulnerabilidad es aún más exacerbada en los que pertenecen a la raza negra”.
En su exposición, la Dra. Volkow hizo especial hincapié en la relevancia del impacto que tiene el entorno social en estos pacientes, y que también jugó un papel determinante en esta vulnerabilidad frente al SARS-CoV-2. “Es una cuestión muy compleja dado que hay varios factores implicados como son la situación familiar o vivir en un entorno social de riesgo, lo que puede facilitar la entrada en contacto con las drogas y también con fármacos de prescripción médica que pueden ser objeto de abuso”.
En esta línea, la psiquiatra incidió en que desde el punto de vista clínico, se ha visto que en las enfermedades adictivas (su prevención, tratamiento, reinserción en la vida social) uno de los factores más cruciales tienen que ver con las estructuras sociales de soporte que tenga el individuo. “Los estudios en este sentido también han revelado el papel de la interacción social como un ‘factor inhibidor’ frente al consumo de drogas y, de la misma manera, la adecuada adherencia al tratamiento requiere mantener los apoyos necesarios”.
En el contexto pandémico, esta vertiente social también fue clave, especialmente en cuanto al alto nivel de mortalidad por COVID que se ha observado en estos pacientes. “Hay condicionantes sociales muy importantes como el estigma que existe respecto a estos grupos y que hace que estas personas estén menos predispuestas a buscar tratamiento para las enfermedades que puedan estar desarrollando, en este caso, la COVID-19”.
Al hilo de esto, la psiquiatra insistió en la importancia de tratar a los adictos a las drogas como a pacientes crónicos que requieren tratamiento. “De hecho, la prevalencia de patologías como la hipertensión arterial, la diabetes, el cáncer o las demencias es mucho más alta en estos individuos que en la población en general, un aspecto este que sin embargo no es lo suficientemente conocido. Los datos reflejan que no solo la prevalencia sino también la gravedad de los síntomas de estas enfermedades es mayor en estos pacientes y esto tiene mucho que ver con su reticencia a buscar tratamiento médico. A eso hay que unir los efectos de su situación económica y otros factores como el estrés (que favorece las recaídas), el peor acceso a los medicamentos y el acceso limitado al soporte comunitario u otras fuentes de conexión social”.
Epidemia de opioides y pandemia: la “tormenta perfecta”
En cuanto a qué pasó con el consumo de drogas durante la pandemia, la Dra. Volkow contextualizó la situación recordando que en Estados Unidos, especialistas y autoridades llevan dos décadas “batallando” con la epidemia de muerte por sobredosis de opiáceos, “y a esta epidemia, que aún no hemos podido controlar, se ha superpuesto la situación generada por la COVID-19. Había por tanto que ver las consecuencias de la intersección de ambas circunstancias”.
La especialista explicó que la epidemia de muertes por sobredosis en Estados Unidos comenzó con el uso de analgésicos opiáceos, que están sobreprescritos en ese país. Otra realidad es que actualmente en Estados Unidos muchos estimulantes están “contaminados” con fentanilo, lo que aumenta el número de muertes.
“En Estados Unidos el fentanilo está por todas partes y, lo que es más preocupante, casi un tercio de ese fentanilo se encuentra en forma de pastillas que se venden como benzodiacepinas, lo que implica un alto riesgo de sobredosis. En línea con esto, hemos visto un aumento de casi el doble de muertes en un año en adolescentes por sobredosis, lo que probablemente tiene que ver con el consumo de estas pastillas ‘contaminadas’. Es un riesgo encubierto ante al que hay que estar alerta, ya que es previsible que este fenómeno se extienda eventualmente a Europa, pues estas pastillas son muy económicas, de ahí la proliferación de su consumo”.
Respecto a las cifras de consumo y muerte por sobredosis desde el inicio de la crisis sanitaria de la COVID-19, la Dra. Volkow comentó los datos de COVID-19 proporcionados por el Centro Nacional de Estadísticas de Salud de Centers for Disease Control and Prevention (CDC) de Estados Unidos correspondientes a 2019, que indican que de las 70.630 por sobredosis al año, 49.860 fueron por opiáceos (recetados o ilícitos), “y estos datos han seguido aumentando, hasta el punto de que la situación actual se puede calificar como catastrófica, puesto que este incremento ha sido aún mayor durante la pandemia, debido al aumento del consumo de todas las drogas”.
La Dra. Volkow aludió a un estudio realizado por este departamento de (CDC) de Estados Unidos en el que se analizó el periodo comprendido entre septiembre de 2020 y septiembre de 201, y que evidenció un aumento de 15,9% de la cifra de muertes por sobredosis de todo tipo de drogas. Desglosando estos datos, el porcentaje más alto corresponde a las muertes por “otros psicoestimulantes” (principalmente metaanfetaminas), que alcanza 35,7%; seguido por las muertes atribuidas a opioides sintéticos (la mayoría, fentanilo ilícito), 25,8%; y las muertes por cocaína (13,4%).
“Estas cifras reflejan que por primera vez en la historia se han superado en Estados Unidos las 100.000 muertes por sobredosis en un año, algo que no había ocurrido nunca y de lo que se deduce que la pandemia ha influido en un agravamiento de la crisis de sobredosis”.
Según explicó la experta, ante esta realidad se introdujeron cambios en las políticas relacionadas con el control de las sobredosis y la prescripción de medicamentos en el contexto de la COVID-19, facilitando el tratamiento de las adicciones a través del aumento de la telemedicina y medidas como un mayor acceso al tratamiento de las condiciones de comorbilidad; el acceso ampliado a los tratamientos conductuales o el establecimiento de líneas directas de salud mental.
Impacto pandémico en el desarrollo cerebral infantil
Por otro lado, durante la conferencia, la Dra. Volkow también se refirió a otra de las líneas de investigación que se están desarrollando en el instituto que dirige: el papel del daño o afectación en los circuitos neuronales implicados en los sistemas de refuerzo: “Es importante difundir la relevancia de este aspecto, ya que el mayor daño que se puede infligir en el cerebro es el que se deriva del consumo de cualquier tipo de droga durante la adolescencia. En estos casos, la posibilidad de presentar un trastorno adictivo en la edad adulta aumenta significativamente”.
En este marco, su equipo también ha investigado el impacto que la situación pandémica ha tenido en el desarrollo cerebral de bebés menores de un año. Concretamente, uno de estos estudios fue un programa piloto en el que participaron embarazadas. “y en el que se vio que los niños que habían nacido durante la pandemia tenían un desarrollo cognitivo menor: n =112, frente al n = 554 de los nacidos antes de enero de 2019”.
“En el estudio —explicó la Dra. Volkow— ni las madres ni los niños se infectaron por el SARS-CoV-2, pero los resultados reflejan claramente el efecto negativo que han tenido las circunstancias derivadas de la pandemia, especialmente el alto nivel de estrés, el aislamiento y la falta de estímulos. Otro de los estudios, [en preimpresión], basado en imágenes, analizó el impacto en la mielinización de niños no expuestos a la COVID-19 pero nacidos durante la pandemia en comparación con los bebés prepandémicos.[2] Los datos mostraron áreas de desarrollo de mielina significativamente reducidos (p inferior a 0,05 FDR) en los nacidos después de 2019, sin que se evidenciaran diferencias significativas en cuanto a la gestación o el peso al nacer”.
La psiquiatra finalizó su intervención anunciando que las características longitudinales de estos estudios va a permitir evaluar en el tiempo si al cambiar las circunstancias sociales de estos individuos también se observan cambios a nivel cognitivo, recuperando incluso procesos cognitivos perdidos o poco desarrollados.
La Dra. Volkow ha declarado no tener ningún conflicto de interés económico pertinente.
https://espanol.medscape.com/verarticulo/5908815#vp_1
Créditos: Comité científico Covid