Medical Health Cluster

25 agosto, 2023

La “niebla cerebral” por COVID-19 persistente confunde a los médicos, pero una nueva investigación ofrece esperanzas

Kate Whitley, de 42 años de edad, tenía pánico a la COVID-19 desde el principio de la pandemia porque padece la enfermedad de Hashimoto, un trastorno autoinmunitario que sabía que la ponía en alto riesgo de complicaciones.

Tenía razón para estar preocupada. Dos meses después de contraer el SARS-CoV-2 en septiembre de 2022, a esta residente de Nashville, Estados Unidos, se le diagnosticó COVID-19 persistente. Para Whitley la niebla cerebral resultante ha sido el factor más problemático. Es propietaria de una próspera tienda de artículos de papelería y no puede recordar aspectos básicos de su trabajo. No tolera los ruidos fuertes y se distrae tanto que le cuesta recordar lo que estaba haciendo.

A Whitley no le gusta el término “niebla cerebral” porque no describe ni de lejos el dramático trastorno que ha sufrido su vida en los últimos 7 meses.

“Ya no puedo pensar. Te hace darte cuenta de que no eres nada sin tu cerebro. A veces me siento como una cáscara de lo que fui”, indicó.

La niebla cerebral es uno de los síntomas más comunes de la COVID-19 persistente y también uno de los menos conocidos. De las personas con diagnóstico de COVID-19 persistente, 46% se queja de niebla cerebral o pérdida de memoria.[1] Muchos médicos coinciden en que el término es vago y no suele representar realmente la enfermedad. Esto a su vez dificulta a los médicos su diagnóstico y tratamiento. No existen pruebas estándar para detectarla ni guías para el control de los síntomas o el tratamiento.

“No hay mucha precisión en el término porque puede significar cosas diferentes para pacientes distintos”, afirmó James C. Jackson, doctor en psicología de la Vanderbilt University School of Medicine y autor de un nuevo libro, Clearing the Fog: From Surviving to Thriving With Long COVID-A Practical Guide.[2]

Jackson, que empezó a tratar a Whitley en febrero de 2023, señaló que tiene más sentido llamar a la niebla cerebral deterioro cerebral o lesión cerebral adquirida porque no se produce gradualmente. La COVID-19 daña el cerebro y provoca lesiones. Para las personas con COVID-19 persistente que han estado previamente en la unidad de cuidados intensivos y que quizá requirieron ventilación mecánica, la lesión cerebral hipóxica puede ser consecuencia de la falta de oxígeno en el cerebro.

Incluso en algunas personas con casos más leves de COVID-19 aguda hay alguna evidencia de que la neuroinflamación persistente en el cerebro causada por un sistema inmunitario activado también puede causar daño.[3]

En ambos casos los resultados pueden ser debilitantes. Whitley también padece disautonomía, un trastorno del sistema nervioso autónomo que puede causar mareos, sudoración y dolor de cabeza, además de fatiga y palpitaciones.

Añadió que es tan olvidadiza que cuando se encuentra con gente se pone nerviosa por lo que pueda decir. “Me siento como si estuviera cometiendo errores constantemente porque no puedo recordar detalles de la vida de otras personas”.

Aunque trastornos cerebrales como la enfermedad de Alzheimer y otras formas de demencia se caracterizan por un deterioro lento, el daño cerebral adquirido tiene lugar de forma más repentina y puede incluir una pérdida de la función ejecutiva y la atención.

“En el caso de una lesión cerebral la persona se encuentra bien y entonces ocurre algún acontecimiento (en este caso COVID-19) e inmediatamente después su función cognitiva es diferente”, destacó Jackson.

Además el daño cerebral adquirido es un diagnóstico real, mientras que la niebla cerebral no.

“Cuando se trata una lesión cerebral hay un procedimiento terapéutico para la rehabilitación cognitiva”, puntualizó Jackson.

Los tratamientos pueden incluir logopedia y terapia cognitiva y ocupacional, así como interconsultas con un neuropsiquiatra para el tratamiento de los trastornos mentales y conductuales que puedan sobrevenir. Jackson afirmó que aunque muchos pacientes no funcionan 100% cognitivamente o físicamente, pueden avanzar lo suficiente como para no tener que renunciar a actividades como conducir y en algunos casos a su trabajo.

Otros expertos coinciden en que la COVID-19 persistente puede dañar el cerebro. Un estudio de abril de 2022 publicado en Nature mostró evidencia sólida de que la infección por SARS-CoV-2 puede causar anomalías relacionadas con el cerebro, por ejemplo, una reducción de la sustancia gris en determinadas partes de este, como corteza prefrontal, hipotálamo y amígdala.

Además la sustancia blanca, que se encuentra a mayor profundidad en el cerebro y que interviene en el intercambio de información entre las distintas partes del cerebro también puede correr el riesgo de sufrir daños como consecuencia del virus, según un estudio de noviembre de 2022 publicado en SN Comprehensive Clinical Medicine.

Llamarlo “niebla” facilita que los médicos y el público en general desestimen su gravedad, afirma Tyler Reed Bell, Ph. D., investigador especializado en virus que causan lesiones cerebrales que trabaja en el Departamento de Psiquiatría de la University of California, en San Diego, Estados Unidos. La niebla cerebral puede hacer que conducir y volver al trabajo sean tareas especialmente peligrosas. Debido a la dificultad para concentrarse, los pacientes son mucho más propensos a cometer errores que provoquen accidentes.

“El virus de la COVID-19 es muy invasivo para el cerebro”, afirmó Bell.

Otros sostienen que puede tratarse de un juicio precipitado. Karla L. Thompson, Ph. D., neuropsicóloga principal de la Clínica de Recuperación de COVID-19 de la University of North Carolina School of Medicine, está de acuerdo en que en los casos más graves de COVID-19 que provocan una falta de oxígeno en el cerebro es adecuado hablar de daño cerebral adquirido. Pero la niebla cerebral también puede estar asociada a otros síntomas de COVID-19 persistente, no solo a daño cerebral.

La fatiga crónica y la falta de sueño son síntomas frecuentes de COVID-19 persistente que afectan negativamente la función cerebral, afirmó. Las alteraciones del sueño, los problemas cardiacos, la disautonomía y la angustia emocional también podrían afectar al funcionamiento del cerebro tras la COVID-19. Encontrar el tratamiento adecuado requiere identificar todos los factores que contribuyen al deterioro cognitivo.

Parte del problema en el tratamiento de la niebla cerebral en pacientes con COVID-19 persistente es que la tecnología de diagnóstico no es tan sensible que detecte la inflamación que podría estar causando daño.

La Dra. Grace McComsey, que dirige el estudio COVID RECOVER sobre la COVID-19 persistente en el University Hospitals Health System de Cleveland, en Ohio, Estados Unidos, afirmó que su equipo trabaja en la identificación de biomarcadores que puedan detectar la inflamación cerebral de forma similar a la empleada por los investigadores para identificar biomarcadores para ayudar a diagnosticar el síndrome de fatiga crónica.[6] Además un nuevo estudio publicado en JAMA definió por primera vez con claridad 12 síntomas de COVID-19 persistente y la niebla cerebral figuraba entre ellos.[7] Todo ello contribuye a la formulación de criterios diagnósticos claros.

“Marcará una gran diferencia cuando los médicos sean coherentes al diagnosticar la enfermedad”, destacó McComsey.

Whitley está agradecida por el tratamiento que ha recibido hasta ahora. Acude a un terapeuta de rehabilitación cognitiva, que evalúa su memoria, cognición y capacidad de atención y le proporciona tácticas para dividir las tareas sencillas, como conducir, de modo que no le resulten abrumadoras. Ha vuelto al volante y al trabajo.

Pero quizá lo más importante es que Whitley se unió a un grupo de apoyo dirigido por Jackson, que incluye personas que experimentan los mismos síntomas que ella. En sus momentos más oscuros la comprendieron.

“Hablar con otros sobrevivientes ha sido el único consuelo en todo esto. Juntos lloramos todo lo que se ha perdido”, concluyó Whitley.


Fuente: https://espanol.medscape.com/verarticulo/5911133#vp_1

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