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La pandemia presenta riesgos a corto y largo plazo para bebés, especialmente varones

La pandemia ha creado un entorno hostil para las embarazadas y sus bebés.[1,2]
Los niveles de estrés entre las mujeres embarazadas se han disparado. Las embarazadas con COVID-19 tienen cinco veces más probabilidades que las que no lo están de necesitar cuidados intensivos y 22 veces más probabilidades de morir. Las madres infectadas tienen cuatro veces más probabilidades de tener un óbito.[3]
Sin embargo, es posible que algunas de las mayores amenazas de la pandemia para la salud de los bebés no se manifiesten durante años o incluso décadas.
Esto se debe a que los bebés de madres con COVID-19 tienen 60% más de probabilidades de ser muy prematuros, lo que aumenta el peligro de mortalidad infantil y discapacidades a largo plazo como parálisis cerebral, asma y pérdida de audición, así como el riesgo de que un niño desarrolle enfermedades de adultos como depresión, ansiedad, enfermedades cardíacas y renales.[3]
Estudios han relacionado la fiebre y la infección durante el embarazo con afecciones psiquiátricas y del desarrollo como el autismo, la depresión y la esquizofrenia.[5,6,7]
“Algunas de estas afecciones no aparecen hasta la niñez media o la adultez temprana, pero tienen su origen en la vida fetal”, dijo la Dra. Evdokia Anagnostou, neuróloga y profesora de pediatría de la University of Toronto, en Toronto, Canadá.
Para los fetos expuestos a SARS-CoV-2, el mayor peligro no suele ser el coronavirus en sí, sino el sistema inmunológico de la madre.
Tanto las infecciones graves por SARS-CoV-2 como las variantes de la pandemia pueden exponer a los fetos a una inflamación dañina, que puede ocurrir cuando el sistema inmunológico de la madre está combatiendo un virus o cuando las hormonas del estrés envían señales de alarma sin parar.[8]
La inflamación prenatal “cambia la forma en que se desarrolla el cerebro y, según el momento de la infección, puede cambiar la forma en que se desarrollan el corazón o los riñones”, agregٚó la Dra. Anagnostou.
Aunque autoridades de salud han recomendado enérgicamente las vacunas contra COVID-19 para las embarazadas, solo 35% están completamente vacunadas.
Al menos 150.000 embarazadas han sido diagnosticadas con COVID-19; de ellas, más de 25.000 han sido hospitalizadas y 249 han muerto, según Centers for Control Disease and Prevention (CDC).
Aunque la mayoría de los bebés estarán bien, incluso un pequeño aumento en el porcentaje de niños con necesidades médicas o educativas especiales podría tener un gran efecto en la población, dada la gran cantidad de infecciones por SARS-CoV-2, dijo la Dra. Anagnostou.
“Si alguien tiene un bebé que está bien, eso es en lo que debe concentrarse”, dijo la Dra. Anagnostou. “Pero desde el punto de vista de la salud pública, debemos hacer un seguimiento de las mujeres que experimentaron COVID-19 grave y de sus bebés para comprender el impacto”.
Aprendiendo de la historia
Investigadores de Estados Unidos y otros países ya están estudiando a “la generación COVID-19” para ver si estos niños tienen más problemas de salud que los concebidos o nacidos antes de 2020.
Crisis anteriores han demostrado que los desafíos que enfrentan los fetos en el útero, como infecciones maternas, hambre, estrés y sustancias químicas que alteran las hormonas, pueden dejar una huella duradera en su salud, así como en la de sus hijos y nietos, dijo el Dr. Frederick Kaskel, director de nefrología pediátrica del Children’s Hospital en Montefiore, Estados Unidos.[9,10]
Por ejemplo, las personas cuyas madres estaban embarazadas durante las distintas olas de la pandemia de influenza de 1918, tuvieron una salud más precaria a lo largo de sus vidas, en comparación con los estadounidenses nacidos en otras épocas, dijo John McCarthy, estudiante de medicina en la Albert Einstein College of Medicine y coautor junto con Kaskel de una revisión reciente en JAMA Pediatrics.[11]
Los investigadores no saben exactamente qué madres se infectaron con la gripe pandémica, dijo McCarthy. Pero las que estaban embarazadas durante las grandes olas, cuando la infección estaba generalizada, tuvieron hijos con tasas más altas de enfermedades cardíacas o diabetes. Estos niños también tuvieron menos éxito en la escuela, fueron menos productivos económicamente y tuvieron más probabilidades de vivir con una discapacidad.[12]
Debido a que los sistemas de órganos se desarrollan durante diferentes períodos del embarazo, los fetos expuestos durante el primer trimestre pueden enfrentar riesgos diferentes a los expuestos hacia el final del embarazo, dijo McCarthy. Por ejemplo, las personas nacidas en el otoño de 1918 tuvieron un 50% más de probabilidades que otras de desarrollar una enfermedad renal; que puede reflejar una exposición a la pandemia en el tercer trimestre, mientras los riñones aún se estaban desarrollando.[13]
Casi dos años después de la pandemia de COVID-19, investigadores han comenzado a publicar observaciones preliminares de bebés expuestos a infecciones por SARS-CoV-2 y a estrés antes del nacimiento.[13]
Aunque la Dra. Anagnostou señaló que es demasiado pronto para conclusiones definitivas, “hay evidencia de que los bebés que nacen de madres con infecciones graves por COVID-19 tienen cambios en su sistema inmunológico. Es suficiente para preocuparnos un poco”.
Dañar un sistema de seguridad fetal
La buena noticia sobre el coronavirus es que rara vez atraviesa la placenta, el órgano encargado de proteger al feto en desarrollo de las infecciones y de proporcionarle oxígeno. Entonces, las mamás con COVID-19 rara vez transmiten el virus a sus hijos antes del nacimiento.
Eso es importante, porque algunos virus que infectan directamente al feto, como el Zika, pueden causar defectos de nacimiento devastadores, dijo la Dra. Karin Nielsen-Saines, especialista en enfermedades infecciosas pediátricas de la David Geffen School of Medicine de la UCLA.
Pero estudios también sugieren que la inflamación de la infección por SARS-CoV-2 de la madre puede dañar la placenta, dijo el Dr. Jeffery Goldstein, profesor asistente de patología en la Feinberg School of Medicine de la Northwestern University. En un estudio publicado el año pasado, el Dr. Goldstein y sus coautores encontraron que las placentas de las mamás con COVID-19 tenían más vasos sanguíneos anormales que las placentas de pacientes sin la infección, lo que dificultaba el suministro suficiente de oxígeno al feto.
El daño placentario también puede causar preeclampsia, una complicación grave del embarazo que puede provocar un aumento repentino de la presión arterial de la madre.
https://espanol.medscape.com/verarticulo/5908290#vp_1
Créditos: Comité científico Covid